Angola

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Angola tiene cierta similitud con Venezuela. Su clima es tropical, rica en minerales, con recursos como el petróleo, uranio, diamante, hierro, manganeso, cobre, fosfato, sal y – entre muchas otras cosas – madera preciosa. Angola tiene un área de 1.246.700 Km2, el área de Venezuela es de 912.050 Km2, más o menos igual, ¿no?; pero mientras Venezuela tiene unos 24 millones de habitantes, Angola no pasa – hoy en día -- de los 11 millones.


Angola, con su población de ovimbunda, mbundú, bakongo, lunda-chokwe y nganguela, era – antes de 1975 – tan alegre y desordenada como nuestros zambos, mestizos, blancos, mulatos, indígenas y negros antes de la revolución bonita del Sr. Chávez.

El 11 de noviembre de 1975, el “imperio” portugués le otorgó libertad plena a esta hermosa tierra negra y allí comenzó Cristo a padecer… aunque en honor a la verdad, ya venía padeciendo desde hacía un tiempo gracias a las intenciones maléficas de un señor muy amigo de Fidel Castro llamado Agostinho Neto, líder del Movimiento para la Liberación de Angola (MPLA).

La historia debería contarse como es debido, pero entonces ustedes me harán “clic” y me sacarán del “aire”, así que trataré de resumir todo lo que pueda. Les prometo que el cuento será tremendamente interesante, histórico, ameno e impresionantemente estresante y aún más agobiante y terrorífico. ¡Pónganse cómodos! Un generoso trago de “güiski” -- del bueno -- no vendría mal.

El amigo Agostinho tomó la delantera y se hizo con el tambaleante y frágil poder en Angola tan pronto como los portugueses dijeron “Aquí le dejo a vosé el curotu”. Claro que la historia es un poco más larga, pero no viene al caso. Lo que sí viene al caso es que inmediatamente que el Dr. Neto puso pié en Luanda -- la capital de Angola -- invitó a unos señores cubanos que se decían médicos, entrenadores deportivos, alfabetizadores, palomiteros, escobilleros y demás yerbas aromáticas que todo venezolano de hoy conoce “más bien” “que´l” carrizo, para que se instalaran en la recién independizada nación.

No faltaron los angoleños que pusieron el grito en el cielo: “¡Esto es comunismo!”, decían los más zumbaos y radicales. Tampoco faltaron -- recuerdo muy bien -- los “comeflores” que inspiraron la primera constitución de Angola la cual se decretó ahí mismito, en noviembre de 1975. Pitos fueron y pitos vinieron y se alzó por allá un tal Jonas Savimbi con un movimiento propio llamado UNITA que más tarde haría coalición con otro de menor importancia llamado el FNLA. Pero no los quiero agobiar con mucha guarandinga porque me hacen “clic”.

Lo importante de la historia es que en cuando los angoleños se vinieron a dar cuenta, entre constituciones y soluciones humanistas, lógicas, sensatas, coherentes y cuerdas, el amigo Neto se le coló al país en compañía de sus entonces socios, los cubiches de Castro y aquello terminó – como decimos en Cuba – como la fiesta del Guatao, es decir: en un zaperoco total que generó una de las más cruentas guerras civiles que haya conocido el continente africano.

Aquellos médicos, zapateros, entrenadores, chicharreros, matraqueros, profesores y rocoleros que Castro había enviado al hermoso y bochinchero país del África, se quitaron sus respectivos disfraces y se vistieron con el uniforme verde olivo de campaña y comenzaron a echar tiros a diestra y siniestra con los AK-47 que tenían por ahí escondidos, sabrá-Dios-dónde. Ya para entonces, claro, no había un solo negro comiendo flor… y si los había, se indigestaban en silencio y en total privacidad. Hubo un moreno, incluso, que se llegó a creer Gandhi – si mal no recuerdo se llamaba Martinho Ferreira --, muy parecido a un señor que todos conocemos aquí en Venezuela a quien cada día lo veo como que más silente.

Interesante. Hay quienes aseguran que Castro envió a Angola un contingente de 300 mil solados. Otros son más conservadores y hablan de 100 mil. Si así fue el esfuerzo de Fidel por controlar por la vía bélica un país que representa la mitad de la población venezolana y de mucho menos importancia energética y estratégica que el nuestro, me pregunto cuántos efectivos militares estaría dispuesto a enviar a Venezuela el CASTRO-COMUNISMO INTERNACIONAL para darle apoyo a la revolución bonita cuando comiencen los tiros, los muertos y los mutilados por coñazo. Hablando con un colega de entonces me decía que ya la URSS no está para financiar a Castro, le respondí que con los 14.061 millones de dólares de nuestras reservas internacionales (incluyendo el FIEM) se podría financiar no una, diez guerras civiles… y después que “aquello” sangre.

Voy a copiar de mi libro – “Los Generales de Castro” (página 15), escrito y publicado en 1985 – para ilustrar someramente una de aquellas batallas que tuve la inmensa suerte de presenciar desde lejos: “El ocho de febrero de 1976 se libró en las afueras de Luanda una de las más sangrientas batallas entre las fuerzas gubernamentales y los insurgentes. Los resultados fueron desastrosos. La mitad de los soldados cubanos yacían muertos o heridos en el campo que rodeaba el campamento. Más de un centenar fue hecho prisionero, lo que significaba una muerte horrible que culminaba en un ritual de canibalismo horripilante…”

En las barrigas de los angoleños terminaron miles de jóvenes cubanos que no pasaban -- para el momento de sus muertes -- de los 18 años; en su inmensa mayoría, de raza negra. Los cuerpos ya digeridos de aquellos muchachos tan sanos como los nuestros, abonaron aún más la tierra fértil de aquel país africano que comenzó a vivir una larga y tormentosa tragedia que todavía perdura en el tiempo y en su trágica y absurda historia, pues el MPLA – que Cuba ayudó a colocar y a atornillar en el poder – continúa gobernando hoy a Angola, aún después de la muerte del Dr. Neto, sucedido ya por su colega José Eduardo Dos Santos. Algo así como que se nos muriera “el-que-te-conté” y nos quedara – PARA SIEMPRE – el hombre de los ojos bellos. ¿Qué tal?

Castro tenía muchos oficiales de alto rango en Angola y desde ahí les echaban vaina a otros países pequeños de la región, como Namibia, por ejemplo. El oficial de mayor rango en un momento dado fue el famoso y legendario Arnaldo Ochoa, quien cuando era teniente (equivalente en nuestro ejército a teniente coronel), dirigió parte de las guerrillas venezolanas en los años sesenta y estuvo a un tris de ser apresado por mi hoy General Raúl Viso, cuando era un muchacho y se jugaba la vida por la democracia de Venezuela.

El subalterno inmediato del General Ochoa era un muy joven general camagüeyano llamado Enrique Ernesto Grillet, a quien sus hombres le llamaban -- “cariñosamente” – “El Loco Enrique”. Este personaje era muy pintoresco. Como los negros de la UNITA (del lado contrario a los cubanos), tenían la maluca manía de comerse a los prisioneros, al “Loco Enrique” le dio por hacer lo mismo con los que sus hombres apresaban. Debido a que cocinar mucho la carne no es muy saludable y le quita todo el sabor, los nutrientes y la suavidad, Enrique empleaba la técnica culinaria de “vuelta-y-vuelta”. Detrás de toda esta locura estaba la intención en aquel general de fortalecer el sentimiento aguerrido que se requería para batallar en aquella dantesca guerra entre hermanos, dirigida por las dos super potencias de entonces: la URSS y los Estados Unidos, con apoyo de los cubanos – por un lado – y los sudafricanos, por el otro. Había, pues, participación de la “comunidad internacional”, como muy bien puede observar el lector.

Como siempre, las historias de guerra están salpicadas por la fábula, la exageración y el cuento de camino. Ésta que les acabo de narrar pudiera contener algunos de los elementos aquí enumerados. Lo cierto es que hace un año… o tal vez un poco más, el Sr. Chávez intentó sacar de Fuerte Tiuna – sin éxito -- a los agregados militares norteamericanos. Por aquellos días se oía el bochinchero acento cubano que saturaba el ambiente de ese epicentro del poder de nuestro ejército venezolano. A mis manos llegó la lista de los nombres de algunos de los asesores militares que ya Castro tenía instalados en Fuerte Tiuna (“conviviendo” descaradamente con los oficiales norteamericanos), entre ellos me llamó particularmente la atención de uno: Enrique Ernesto Grillet.

El Hatillo 22 de marzo de 2003